
El mundo, llevado -por los mismos aviesos de siempre- de la mano hacia el abismo, no le puede decir a ningún sufrido laburante, qué va a pasar con su trabajo, su puesto o colocación. Ni hoy. Ni mañana.
Es increíble que lo que Dios decidierara como castigo, para sancionar la desobediencia del hombre (o el simple deseo ciego de querer salirse con la suya a toda costa) se haya convertido en causa de desasosiego y ansiedad, en motivo de intranquilidad porque el sistema esta tan quemado que no puede garantizar ni los miserables cupones de alimentos (con los que come el pueblo yanqui actualmente) ni los 172 dólares mensuales (que pagan de sueldo mínimo en el Perú)
El pincel del gran Martirena es por desgracia inapelable. Cuidado con los aviones de papel que llegan desde una impaciente patronal.
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