lunes, 26 de septiembre de 2011

MATRIX DESFINANCIADO





Capital ficticio



La vapuleada economía griega está mendigando la liberación del sexto tramo del denominado paquete de rescate por unos 8000 millones de euros. El gobierno heleno suplica por esos fondos porque sus arcas están exhaustas y los necesita para pagar sueldos y jubilaciones en octubre. Para desembolsar esos recursos sus países socios de la Eurozona y el Fondo Monetario Internacional exigieron acelerar el ajuste en la plantilla de empleados públicos. Grecia aceptó y obligará a tomar licencia anual a unos 30 mil, en un plan que en los últimos dos años ya produjo la reducción del sector público en 200.000 trabajadores, con la proyección de despedir otros 150.000 hasta 2015. El programa incluye también poda de salarios y jubilaciones. Muy diferente es el comportamiento de líderes políticos, bancas centrales y organismos multilaterales cuando los apremios son padecidos por las entidades financieras.
En un acuerdo inédito, las bancas centrales de la Unión Europea, Suiza, Japón, Inglaterra y Estados Unidos dispusieron asistencia financiera ilimitada para los bancos para que puedan superar su propia crisis de caída de depósitos, freno a los préstamos al consumo y a las empresas y desconfianza entre entidades que congelaron el crédito interbancario. Puede ser que sea necesaria esa inmensa operatoria de salvataje financiero para evitar un descalabro mayor, pero lo notable es el contraste entre esa amplia disponibilidad de recursos sin exigencias y el torniquete aplicado a las economías europeas al borde del default.
Esta conducta es la manifestación más cristalina de cómo se desarrolla la crisis de la actual fase del capitalismo dominado por la finanzas globales. También revela lo conveniente de que la economía argentina se encuentre marginada de ese circuito y la extrema prudencia que se requiere para no caer en las falsas ilusiones de regresar a ese mundo de endeudamiento, calificadoras de riesgo y el FMI.
Uno de los aspectos menos mencionados de esta crisis que estalló hace tres años en Estados Unidos y Europa es la constante sangría de depósitos que están registrando sus bancos. No se habla de corrida sólo para preservar las débiles expectativas de esas economías. Las cifras son impactantes si se recuerdan antecedentes no tan lejanos del caso argentino. En el diario británico Financial Times se publicó un artículo que precisa que los depósitos minoristas e institucionales de los bancos griegos cayeron 19 por ciento en el último año y los de las entidades irlandesas lo hicieron casi 40 por ciento en 18 meses. En la potencia europea, Alemania, que se presenta como menos vulnerable, los últimos datos del Banco Central Europeo informan que los depósitos de grandes inversores financieros se redujeron un 12 por ciento en ese mismo período y un 24 por ciento desde la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. En Francia, ese tipo de colocaciones, que representan la mitad del total del mercado galo, se redujo 6 por ciento desde junio de 2010. En España, donde esos ahorros son la quinta parte del total, el drenaje fue de 14 por ciento desde mayo de 2010. En los bancos italianos, los depósitos minoristas cayeron uno por ciento el último año, pero en el rubro grandes operadores el retiro de dinero ya superó los 100.000 millones de dólares, que representa una caída de 13 por ciento.
Ese comportamiento se conoce como fuga de depósitos, y es uno de los factores para entender la agudización de la debacle europea en los últimos meses. La experiencia argentina no tiene que ser utilizada como un caso aislado de un país periférico que padeció una profunda crisis, sino que debería ser considerada como una referencia ineludible para comprender la dinámica de esa forma de funcionamiento del capitalismo, y un eventual desenlace. Menospreciarla con soberbia, como lo hizo la titular del FMI, Christine Lagarde, refleja la desorientación del liderazgo político para entender e intervenir en la debacle de sus economías. Lo que está pasando ahora en los respectivos sistemas bancarios europeos es una crisis del denominado capital ficticio.
Las entidades financieras ocuparon el centro neurálgico del movimiento de la economía desde la década del ’70 y con cada vez más influencia en las siguientes. Desde entonces la generación de riquezas basada en burbujas especulativas y el consumo motorizado por deudas privadas y públicas fue construyendo la hegemonía de las finanzas. Antes de esa consolidación, la relación entre el PBI global, o sea las riquezas en bienes y servicios generadas en un año en la economía mundial, y el circuito monetario era de un ratio 1 a 1. Había correspondencia entre la producción y la masa de recursos financieros. Con la desregulación financiera global y la cada vez más sofisticada ingeniería especulativa, esa relación se distanció en una proporción de 1 a 4 hasta el estallido de la presente crisis. Esto significaba la existencia de un capital ficticio en circulación considerable, que no tenía ninguna reciprocidad con la cantidad y valor de bienes y activos físicos. Ese capital se multiplicó en la esfera de las finanzas por la tasa de interés o la valorización de activos bursátiles sin ser acompañado de una expansión similar de la inversión y de la actividad productiva. El fuerte retroceso de los activos financieros viene a destruir ese dinero ficticio-monetario sin contrapartida en el valor de bienes tangibles. La depreciación de parte de ese capital ficticio hasta alcanzar un nuevo equilibrio es un proceso donde se precipitan quiebras, default de deudas, depresión de cotizaciones de acciones y bonos e inflación de bienes y activos refugios, como el oro u otros metales preciosos.
No es que una crisis financiera se expresa de diferente forma dependiendo de si una economía está más o menos ordenada en materia fiscal o de endeudamiento. En todo caso, tienen más o menos impacto, pero su desarrollo adquiere condiciones parecidas. El derrape financiero seguido de recesión y la aplicación de ajustes fiscales y sociales para enfrentar la crisis lo terminan profundizando, y así se debilita aún más la situación patrimonial de los bancos. En ese contexto, se consolida el ya de por sí marcado perfil procíclico de la actividad bancaria, agudizado en un marco de creciente desregulación. Esas características quedan más expuestas cuando detona una crisis financiera global afectando a las potencias mundiales, ya no sólo la de un país pequeño y subdesarrollado.
La secuencia del deterioro de los bancos empieza con la explosión de una burbuja especulativa que induce a un retroceso de la economía y caída de las cotizaciones de activos bursátiles. Las entidades registran pérdidas patrimoniales que, según la magnitud, obligan a una capitalización por parte de sus accionistas o del propio Estado, como en 2008. Algunas quiebran y otras son absorbidas en un proceso de concentración del mercado. Si la crisis se extiende, esas capitalizaciones son insuficientes porque comienza, con un desfasaje de varios meses desde el estallido de la burbuja, el drenaje de depósitos por el miedo de ahorristas sobre el futuro de su capital. Esa sangría de recursos restringe la liquidez de las entidades, que reaccionan cerrando el crédito al consumo y a empresas, al tiempo que reclaman la cancelación de préstamos ya otorgados. Como la economía está en recesión y las medidas ortodoxas que se disponen profundizan esa tendencia, más se obtura el circuito de financiamiento porque desaparece el préstamo, pero también aumenta la morosidad de la cartera crediticia. Todo el sistema financiero transita ese proceso. La escala siguiente de ese desmoronamiento es la desconfianza entre las entidades, que dejan de operar en el mercado interbancario porque dudan de la solvencia para el repago de préstamos de sus colegas. Se frena entonces el circuito que hacía funcionar la economía en esta fase del capitalismo bajo la batuta de las finanzas. En esa instancia aparecen las bancas centrales con el objetivo de destrabarlo ofreciendo todos los fondos demandados por los bancos para reanimarlos. Sin la recuperación de la economía real, con una política opuesta a la del ajuste ortodoxo implementado por Europa con activa participación del Fondo Monetario, ese auxilio financiero sólo extiende la agonía.

¡INDIGNAOS! por IGNACIO RAMONET



Tiene 93 años. Se llama Stéphane Hessel. Y la historia de su vida es una fabulosa novela. Lo era ya, en cierto modo, antes mismo de que naciera. Algunos quizás recuerden aquella película de François Truffaut, Jules et Jim. Pues bien, la mujer anticonformista interpretada por Jeanne Moreau, y uno de sus dos amantes (1), Jules, judío alemán traductor de Proust, fueron sus padres. En la atmósfera artística del París de los años 1920 y 1930, Stéphane Hessel creció rodeado de los amigos de la casa, entre otros, el filósofo Walter Benjamin, el dadaísta Marcel Duchamp y el escultor Calder... 
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, se alista en la Resistencia y se suma, en Londres, al equipo del general De Gaulle, quien le confía una peligrosa misión en territorio francés. Detenido por los nazis, es torturado y deportado al campo de exterminio de Buchenwald, de donde trata, una y otra vez, de evadirse. Lo acaban capturando y lo condenan a la horca. A punto de ser ejecutado, consigue usurpar la identidad de un muerto y logra por fin evadirse. Se une a la lucha por la liberación de Francia, inspirado en los principios del Consejo Nacional de la Resistencia que promete una democracia social, la nacionalización de los sectores energéticos, de las compañías de seguros y de la banca, y la creación de la Seguridad Social.

Después de la victoria, De Gaulle lo envía -tiene apenas 28 años- a Nueva York, a la ONU, cuyos fundamentos teóricos se están acicalando entonces. Allí, Hessel participa, en 1948, en la elaboración y redacción de uno de los documentos más trascendentales de los últimos seis decenios: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Regresa luego a París para integrarse en el gabinete socialista de Pierre Mendès-France, que inicia la descolonización, pone fin a la guerra en Indochina, y prepara la independencia de Túnez y Marruecos. 
Los años más recientes, este noble y persistente defensor de las causas justas, diplomático de profesión, los ha consagrado a protestar sin descanso contra el trato dispensado a los "sin papeles", a los gitanos, a todos los inmigrantes...
Y si hoy nos referimos a él, es porque acaba de publicar un librito, más bien un breve panfleto político de 30 páginas, devenido -en la Francia popular sublevada contra la regresión social-, un excepcional éxito editorial y un fenómeno social. Gracias al boca a boca y, sobre todo, a las nuevas redes sociales, el texto, ninguneado al principio por los medios de información dominantes, ha conseguido franquear las censuras y llenar de esperanza miles de corazones. En apenas unas semanas, de este repertorio de las injusticias más indignantes, ya se han vendido (cuesta 3 euros) más de 650.000 ejemplares... Algo jamás visto. Su título: una consigna, ¡Indignaos! (2).
Dice Balzac que el panfleto "es el sarcasmo convertido en bala de cañón". Añade Stéphane Hessel que la indignación es la pólvora de toda explosión social. Dirigiéndose a sus lectores, les recomienda: "Deseo que halléis un motivo de indignación. Eso no tiene precio. Porque cuando algo nos indigna, nos convertimos en militantes, nos sentimos comprometidos y entonces nuestra fuerza es irresistible".
Los motivos de indignación no escasean: "En este mundo, dice Hessel, hay cosas insoportables". En primerísimo lugar: la naturaleza del sistema económico responsable de la actual crisis devastadora. "La dictadura internacional de los mercados internacionales" constituye además, según él, "una amenaza para la paz y la democracia". "Nunca, afirma, el poder del dinero fue tan inmenso, tan insolente y tan egoísta, y nunca los fieles servidores de Don Dinero se situaron tan alto en las máximas esferas del Estado".  
En segundo lugar, Hessel denuncia la desigualdad creciente entre los que no tienen casi nada y los que lo poseen todo: "La brecha entre los más pobres y los más ricos jamás ha sido tan profunda; ni tan espoleados el afán de aplastar al prójimo y la avidez por el dinero". A guisa de enmienda sugiere dos propuestas sencillas: "Que el interés general se imponga sobre los intereses particulares; y que el reparto justo de la riqueza creada por los trabajadores tenga prioridad sobre los egoísmos del poder del dinero".
En temas de política internacional, Hessel afirma que su "principal indignación" es el conflicto israelo-palestino. Recomienda que se lea "el informe Richard Goldstone de septiembre de 2009 sobre Gaza (3), en el cual este juez sudafricano, judío, que incluso se declara sionista,  acusa al ejército israelí". Relata su visita reciente a Gaza, "prisión a cielo abierto para un millón y medio de palestinos". Una experiencia que lo sobrecoge y solivianta. Aunque no por ello reniega de la no-violencia.  Al contrario, reafirma que "el terrorismo es inaceptable", no sólo por razones éticas sino porque, al ser "una expresión de la desesperación", no resulta eficaz para su propia causa pues "no permite obtener los resultados que la esperanza puede eventualmente garantizar".
Hessel convoca el recuerdo de Nelson Mandela y de Martin Luther King. Ellos, dice, nos indican "el camino que debemos aprender a seguir". Porque, para avanzar, sólo existe una conducta: "apoyarnos en nuestros derechos, cuya violación -sea quien sea el autor de ésta-, debe provocar nuestra indignación. ¡No transijamos jamás con nuestros derechos!".
Finalmente, se declara partidario de una "insurrección pacífica". En particular contra los medios masivos de comunicación en manos del poder del dinero, y que "sólo proponen a los ciudadanos el consumo de masas, el desprecio hacia los humildes y hacia la cultura, la amnesia generalizada y una competición a ultranza de todos contra todos".
Stéphane Hessel ha sabido expresar con palabras, lo que tantos ciudadanos golpeados por la crisis y por las medidas de regresión social sienten en el fondo de sí mismos. Ese sentimiento de que les están arrebatando sus derechos, esos anhelos punzantes de desobedecer, esos deseos de gritar hasta perder el aliento, esas ganas en fin de protestar sin saber cómo... 
Todos esperan ahora la segunda entrega. Cuyo título, lógicamente, sólo puede ser:¡Sublevaos!


Notas:
(1) El otro era Pierre-Henri Roché, autor de la novela con el mismo título llevada a la pantalla por François Truffaut.
(2) Stéphane Hessel, Indignez-vous!, Indigène éditions, Montpellier, 2010.
(3) NDLR: "Human Rights In Palestine And Other Occupied Arab Territories. Report of the United Nations Fact Finding Mission on the Gaza Conflict", Naciones Unidas, Nueva York, 15 de septiembre de 2009.