miércoles, 27 de mayo de 2009

ESQUELETOS EN EL ARMARIO





ESE BANQUERO DE IZQUIERDA
por Hugh Player
Mi padre, el último de los caballeros, según su autodefinición, solía ser un verdadero hijo de puta cuando se trataba de evaluar a la humanidad. Pero tenía un gran respeto y afecto por los animales, íncluso por aquellos que provocan cierta repugnancia como los roedores o los réptiles. Esto quizás debido a una vida anterior con visos brahamistas. Pero refiriéndose a los seres humanos solía decir que cuanto más los conocía mas quería a sus perros y sinceramente no estaba bromeando ni mintiendo.
A veces yo también siento la tentación de caer en esta forma de pensar y de sentir. Entonces suelo recurrir a imagenes mentales de personas realmente buenas y extraordinarias. Cuando veo tan perdido al genero humano tengo un collage con
la sonrisa del abuelo, la ternura de la persona amada, la abnegación de una madre, la limpieza espiritual del hijo y la generosidad de aquellos amigos, todos son parte importante de este caleidoscopio que me rescata del desconsuelo.
Claro que aún debo entender que la prueba esta siempre ahí, pendiente, como la tarea escolar que no hacía aquel lejano fin semana y que se presentaba moustrosa e inconclusa el lunes por la mañana.
Veo en la televisión (*) una señora algo anciana que reclama le devuelvan sus únicos ahorros. Tenía una libreta del Banco de Crédito (de las que se usaban antes) que no fue cambiada por la tarjetita plástica y como los señores banqueros ahora sólo guardan información por diez años (apunten esta exhuberante y estrambótica manera de hacer banca en el Perú) ya sus 432 dolares no existían porque el banco del hombre mas poderoso del Perú, el Sr Dionisio Romero, (que hace unas semanas confesará ser de izquierda), se ha tirado con toda frescura el dinero de la dama. demostrandonos que basta con no tener un ápice de escrúpulos para hacer plata con suma facilidad en este país de pacotilla.
La sola idea del banco remonta a la gente a pensar que los ahorros que vaya depositando ganarán intereses custodiados por el trabajo serio de inversionistas profesionales y que la trama legal (o el focking ordenamiento jurídico) sostendrán en el tiempo la seguridad de sus depósitos. Pero por lo que vemos y después de Madoff y Stanford (que se comieron al vivazo del Banco de Crédito, ese pelado de prematura vejez que tiene el tagarote piurano como hijito) la diferencia entre un banquero y un delincuente es casi imperceptible. Casi no existe.
Los bancos que antes trabajaban con nuestros ahorros ahora se dedican a administrar las crisis que ellos manejan para mover la mayor cantidad de plata sucia del mundo. Sea el tráfico de armas, de drogas o de corrupción institucional.
No en vano este banquero en especial sirvió presto a Fujimori y se reunía con Montesinos para darle consejos políticos y obtener aranceles adecuados para los productos de sus monopolios. Y ha sobrevivido como un experimentado actor principal de esta tragedia de equivocaciones maleadas con todos los gobiernos que, con o sin sospecha de malos manejos, enriquecimiento ilícito y robo en despoblado, nos han mal gobernado en los últimos cuarenta años.
Entendemos que no se han llevado la arena de la playa por falta de bolsas y que su pretensión de tirarse varias hectareas de la selva vive en su corazoncito como una loquísima obsesión pero... ¿Se puede ser tan miserable y canalla para despojar a una mujer pobre y de avanzada edad de sus exiguos ahorros? ¿Se puede ser banquero seriamente guardando sólo los últimos diez años de información? ¿Se puede vivir estafando miserablemente a los más desposeídos?
Esta gente es la que me hace pensar que el mundo y su desesperado apego a lo material no tienen remedio y que bien podrían mandarnos a Hercolubus para darle fin de una vez a esta raza maldecida en sus propios miedos.
Lo que el Banco de Crédito le ha hecho a esta pobre mujer no tiene nombre.
Se enmarcará en la historia universal de las mas bajas canalladas y por desgracia refleja la imagen del mundo en estos tiempos entregado sin conciencia a la codicia mas enferma. Aquella que habrá de liquidarnos como colectivo.
Por eso, definitivamente, mientras mas conozco a los banqueros tagarotes, mucho mas quiero a mis perros.
(*) En el programa El perro del hortelano de canal 11 con César Hildebrandt
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