De regreso al abismo
Nouriel Roubini
Una interpretación de las crisis financieras es que son, según palabras de Nassim Taleb, unos sucesos del estilo de un cisne negro; es decir, unos acontecimientos imprevistos y no planificados que cambian el curso de la historia.
Pero en mi nuevo libro sobre crisis financieras, Economía de la Crisis, que no abarca sólo la reciente crisis, sino también docenas de ellas que se han producido a lo largo de la historia tanto en las economías avanzadas como en los mercados emergentes, demuestro que las financieras, por el contrario, son unos sucesos tan predecibles como un cisne blanco. Lo que ahora vivimos, la segunda fase de la crisis financiera mundial, también era previsible.
Las crisis son el inevitable resultado de una acumulación de riesgos y vulnerabilidades macroeconómicas, financieras y políticas: burbujas de activos, una adopción y un aumento de los riesgos excesivo, el auge de los créditos, la relajación monetaria, la ausencia de un control y una regulación adecuada para el sistema financiero, la codicia y las peligrosas inversiones de los bancos y otras instituciones financieras.
La historia también sugiere que las crisis financieras tienden a mutar con el tiempo. Las que hemos padecido últimamente fueron, inicialmente, promovidas por una deuda y un apalancamiento excesivo de los agentes del sector privado -hogares, instituciones bancarias y financieras, firmas corporativas-. Lo que, al final, propició un nuevo apalancamiento del sector público, ya que los incentivos fiscales, la socialización de las pérdidas privadas y los programas de rescate causaron un peligroso incremento de los déficits presupuestarios y de las existencias de deuda pública.
Aunque es posible que dichos incentivos fiscales y rescates hayan sido necesarios para evitar que La Gran Recesión se convirtiera en La II Gran Depresión, el hecho de amontonar deuda pública encima de la privada supone un alto coste.
Finalmente, estos enormes déficits y deudas deban ser reducidos mediante una elevación de los impuestos y una reducción del gasto público. Y esta austeridad, necesaria para evitar una crisis fiscal, tiende a ralentizar la recuperación económica a corto plazo.
Los PIIGS
Si los desequilibrios fiscales no se enderezan con los recortes del gasto público y las alzas de los ingresos, sólo quedan dos opciones: la inflación para los países que piden préstamos en su propia moneda y pueden monetizar sus déficits; o bien el impago para los países que pidan préstamos en una divisa extranjera o que no puedan imprimir su propia moneda.
Por consiguiente, los recientes sucesos acaecidos en Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y España no son más que la segunda fase de la reciente crisis financiera mundial. La socialización de las pérdidas privadas y el relajamiento fiscal destinado a la estimulación de las economías en plena depresión han desembocado en un aumento de los déficits presupuestarios y de la deuda pública. Por tanto, la reciente crisis financiera mundial no ha terminado; por el contrario, ha alcanzado una nueva fase más peligrosa.
De hecho, una definición práctica de la crisis financiera es un acontecimiento que obliga a las autoridades políticas a pasar un fin de semana intentando desesperadamente anunciar un nuevo paquete de rescate para evitar el pánico nacional y mundial antes de que el lunes abran los mercados. En los últimos años, estos trasnochadores de fin de semana se ocuparon de los inevitables rescates de empresas privadas tales como Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac, Lehman Brothers, AIG, rescates de bancos, etcétera.
Y, por supuesto, estos dramas de fin de semana siguen presentes entre nosotros. Los legisladores de la UE y de la eurozona pasaron un fin de semana desesperado desarrollando un paquete de rescate no sólo para Grecia, sino también para otros miembros débiles de la eurozona. La progresión es clara: primero fue el rescate de las empresas privadas y, ahora, llega el turno de salvar a los rescatadores, es decir, a los gobiernos.
¿Más y más ayudas?
La escala de estas ayudas aumenta vertiginosamente. Durante la crisis financiera asiática de 1997-1998, Corea del Sur (una economía emergente relativamente grande) recibió lo que fue considerado como un gran paquete de rescate del FMI, por valor de 10.000 millones de dólares estadounidenses. Sin embargo, tras los rescates de Bear Sterns (40.000 millones de dólares), Fannie Mae y Freddie Mac (200.000 millones de dólares), AIG (hasta 250.000 millones de dólares), el Programa de Ayuda a los Activos con Problemas para los bancos, conocido como Troubled Asset Relief Program (700.000 millones de dólares), ahora tenemos la madre de todas las ayudas: un flotador orquestado por el FMI y la UE para rescatar a los miembros de la eurozona en problemas por valor de un billón de euros. Mil millones de dólares solía ser mucho dinero; ahora, un billón es la nueva cifra "normal" o, parafraseando la novela y película El diablo viste de Prada, ¡un billón es el nuevo 10.000 millones!
Los gobiernos que han ayudado a las empresas privadas se encuentran ahora necesitados de apoyo. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la voluntad política de Alemania y otros acreedores disciplinados (muchos de ellos se encuentran hoy en mercados emergentes) para financiar dichos fracasos se desvanece? ¿Quién ayudará entonces a los gobiernos que salvaron en su momento a las entidades financieras y bancos privados? El mecanismo de nuestra deuda mundial se parece cada vez más a un esquema Ponzi.
Falta de austeridad
Mientras que la medicina adecuada y necesaria para evitar un descarrilamiento fiscal es ampliamente conocida, el principal problema para la disciplina y consolidación fiscal es que los débiles gobiernos de todo el mundo carecen de poder y voluntad política suficiente para implementar la austeridad. El colapso político en Washington y en el Congreso de los Estados Unidos demuestra la ausencia del bipartidismo necesario para abordar las cuestiones fiscales estadounidenses. En Reino Unido, un parlamento colgado ha resultado en un Gobierno de coalición que tendrá un largo camino para la aplicación de la disciplina fiscal.
En Alemania, la canciller Angela Merkel perdió unas elecciones estatales clave tras el rescate a Grecia, y Japón cuenta con un Gobierno débil e ineficaz que parece negar la magnitud del problema al que se enfrenta. En Grecia, se producen disturbios en las calles y huelgas en las fábricas; en el resto de los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia y España), la disciplina fiscal será política y socialmente dolorosa. De forma que estos obstáculos políticos pueden impedir que la austeridad y las reformas estructurales se pongan en marcha.
En consecuencia, la economía de crisis parece que va a permanecer entre nosotros durante largo tiempo. De hecho, la reciente crisis no ha terminado y, peor aún, la medicina utilizada para tratarla ha resultado parcialmente tóxica. Parece haber causado una mayor debilidad y adicción del paciente a medicamentos peligrosos, así como haberlo vuelto susceptible a las nuevas cepas del virus que, en algunos casos, han resultado fatales.
Nouriel Roubini, presidente de Roubini Global Economics (RGE).
Pero en mi nuevo libro sobre crisis financieras, Economía de la Crisis, que no abarca sólo la reciente crisis, sino también docenas de ellas que se han producido a lo largo de la historia tanto en las economías avanzadas como en los mercados emergentes, demuestro que las financieras, por el contrario, son unos sucesos tan predecibles como un cisne blanco. Lo que ahora vivimos, la segunda fase de la crisis financiera mundial, también era previsible.
Las crisis son el inevitable resultado de una acumulación de riesgos y vulnerabilidades macroeconómicas, financieras y políticas: burbujas de activos, una adopción y un aumento de los riesgos excesivo, el auge de los créditos, la relajación monetaria, la ausencia de un control y una regulación adecuada para el sistema financiero, la codicia y las peligrosas inversiones de los bancos y otras instituciones financieras.
La historia también sugiere que las crisis financieras tienden a mutar con el tiempo. Las que hemos padecido últimamente fueron, inicialmente, promovidas por una deuda y un apalancamiento excesivo de los agentes del sector privado -hogares, instituciones bancarias y financieras, firmas corporativas-. Lo que, al final, propició un nuevo apalancamiento del sector público, ya que los incentivos fiscales, la socialización de las pérdidas privadas y los programas de rescate causaron un peligroso incremento de los déficits presupuestarios y de las existencias de deuda pública.
Aunque es posible que dichos incentivos fiscales y rescates hayan sido necesarios para evitar que La Gran Recesión se convirtiera en La II Gran Depresión, el hecho de amontonar deuda pública encima de la privada supone un alto coste.
Finalmente, estos enormes déficits y deudas deban ser reducidos mediante una elevación de los impuestos y una reducción del gasto público. Y esta austeridad, necesaria para evitar una crisis fiscal, tiende a ralentizar la recuperación económica a corto plazo.
Los PIIGS
Si los desequilibrios fiscales no se enderezan con los recortes del gasto público y las alzas de los ingresos, sólo quedan dos opciones: la inflación para los países que piden préstamos en su propia moneda y pueden monetizar sus déficits; o bien el impago para los países que pidan préstamos en una divisa extranjera o que no puedan imprimir su propia moneda.
Por consiguiente, los recientes sucesos acaecidos en Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y España no son más que la segunda fase de la reciente crisis financiera mundial. La socialización de las pérdidas privadas y el relajamiento fiscal destinado a la estimulación de las economías en plena depresión han desembocado en un aumento de los déficits presupuestarios y de la deuda pública. Por tanto, la reciente crisis financiera mundial no ha terminado; por el contrario, ha alcanzado una nueva fase más peligrosa.
De hecho, una definición práctica de la crisis financiera es un acontecimiento que obliga a las autoridades políticas a pasar un fin de semana intentando desesperadamente anunciar un nuevo paquete de rescate para evitar el pánico nacional y mundial antes de que el lunes abran los mercados. En los últimos años, estos trasnochadores de fin de semana se ocuparon de los inevitables rescates de empresas privadas tales como Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac, Lehman Brothers, AIG, rescates de bancos, etcétera.
Y, por supuesto, estos dramas de fin de semana siguen presentes entre nosotros. Los legisladores de la UE y de la eurozona pasaron un fin de semana desesperado desarrollando un paquete de rescate no sólo para Grecia, sino también para otros miembros débiles de la eurozona. La progresión es clara: primero fue el rescate de las empresas privadas y, ahora, llega el turno de salvar a los rescatadores, es decir, a los gobiernos.
¿Más y más ayudas?
La escala de estas ayudas aumenta vertiginosamente. Durante la crisis financiera asiática de 1997-1998, Corea del Sur (una economía emergente relativamente grande) recibió lo que fue considerado como un gran paquete de rescate del FMI, por valor de 10.000 millones de dólares estadounidenses. Sin embargo, tras los rescates de Bear Sterns (40.000 millones de dólares), Fannie Mae y Freddie Mac (200.000 millones de dólares), AIG (hasta 250.000 millones de dólares), el Programa de Ayuda a los Activos con Problemas para los bancos, conocido como Troubled Asset Relief Program (700.000 millones de dólares), ahora tenemos la madre de todas las ayudas: un flotador orquestado por el FMI y la UE para rescatar a los miembros de la eurozona en problemas por valor de un billón de euros. Mil millones de dólares solía ser mucho dinero; ahora, un billón es la nueva cifra "normal" o, parafraseando la novela y película El diablo viste de Prada, ¡un billón es el nuevo 10.000 millones!
Los gobiernos que han ayudado a las empresas privadas se encuentran ahora necesitados de apoyo. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la voluntad política de Alemania y otros acreedores disciplinados (muchos de ellos se encuentran hoy en mercados emergentes) para financiar dichos fracasos se desvanece? ¿Quién ayudará entonces a los gobiernos que salvaron en su momento a las entidades financieras y bancos privados? El mecanismo de nuestra deuda mundial se parece cada vez más a un esquema Ponzi.
Falta de austeridad
Mientras que la medicina adecuada y necesaria para evitar un descarrilamiento fiscal es ampliamente conocida, el principal problema para la disciplina y consolidación fiscal es que los débiles gobiernos de todo el mundo carecen de poder y voluntad política suficiente para implementar la austeridad. El colapso político en Washington y en el Congreso de los Estados Unidos demuestra la ausencia del bipartidismo necesario para abordar las cuestiones fiscales estadounidenses. En Reino Unido, un parlamento colgado ha resultado en un Gobierno de coalición que tendrá un largo camino para la aplicación de la disciplina fiscal.
En Alemania, la canciller Angela Merkel perdió unas elecciones estatales clave tras el rescate a Grecia, y Japón cuenta con un Gobierno débil e ineficaz que parece negar la magnitud del problema al que se enfrenta. En Grecia, se producen disturbios en las calles y huelgas en las fábricas; en el resto de los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia y España), la disciplina fiscal será política y socialmente dolorosa. De forma que estos obstáculos políticos pueden impedir que la austeridad y las reformas estructurales se pongan en marcha.
En consecuencia, la economía de crisis parece que va a permanecer entre nosotros durante largo tiempo. De hecho, la reciente crisis no ha terminado y, peor aún, la medicina utilizada para tratarla ha resultado parcialmente tóxica. Parece haber causado una mayor debilidad y adicción del paciente a medicamentos peligrosos, así como haberlo vuelto susceptible a las nuevas cepas del virus que, en algunos casos, han resultado fatales.
Nouriel Roubini, presidente de Roubini Global Economics (RGE).
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