por César Lévano
Aparte de mostrar un nivel intelectual que despierta nostalgias de los días en que en el Congreso había personajes de la talla de Luis Alberto Sánchez y Manuel Seoane, la Célula Parlamentaria Aprista de hoy se esfuerza por eludir debates. El miércoles, para no discutir la derogación del Decreto Legislativo 1090, armó un escándalo en torno a palabras del congresista nacionalista Werner Cabrera, quien afirmó, con razón, que los decretos en debate sólo servirán para la corrupción de gente como García y Del Castillo. Javier Velásquez fingió una furia desenfrenada para exigir que Cabrera retirara sus palabras. Cumplido esto, pasó a demandar que ofreciera también disculpas por el insulto proferido contra García.
Aparte de mostrar un nivel intelectual que despierta nostalgias de los días en que en el Congreso había personajes de la talla de Luis Alberto Sánchez y Manuel Seoane, la Célula Parlamentaria Aprista de hoy se esfuerza por eludir debates. El miércoles, para no discutir la derogación del Decreto Legislativo 1090, armó un escándalo en torno a palabras del congresista nacionalista Werner Cabrera, quien afirmó, con razón, que los decretos en debate sólo servirán para la corrupción de gente como García y Del Castillo. Javier Velásquez fingió una furia desenfrenada para exigir que Cabrera retirara sus palabras. Cumplido esto, pasó a demandar que ofreciera también disculpas por el insulto proferido contra García.
Se planteó así un sofisma envuelto en una interrogación: ¿encerraban aquellas palabras un insulto? Si era así, el insulto había sido ya retirado. Lo que buscaba la bancada aprista era un pretexto para suspender la sesión y dilatar el debate sobre los Decretos Legislativos. En verdad, la presidencia del Congreso es ejercida hoy por un personaje que exhibe la violencia agresiva de un búfalo de barrio.
El espectáculo que promovió contra Cabrera añade una cuota de torpeza a una bancada ya abrumadoramente desacreditada. Lo cierto es que el gobierno aprista y su condigna bancada están esforzándose, con éxito, para desacreditar los órganos de la democracia representativa.
La bancada del Apra destaca por amparar corruptelas, ilegalidades y abusos. No por azar consigue para eso el voto favorable de Unidad Nacional y del fujimorismo.
Todas las encuestas de opinión desaprueban de modo aplastante al Parlamento que tenemos. Su presidente, Javier Velásquez, encabeza la repulsa.
Actitudes como la que comentamos quitan legitimidad al Poder Legislativo, esa caja de resonancia del Ejecutivo.
Ningún debate sobre los grandes problemas nacionales tiene como escenario ese recinto que, en los días de la Constituyente de 1931 o en el debate sobre el petróleo, en los años 60 del siglo pasado, electrizó al país, mediante doctrinas, ideas y proyectos, no maniobras sin talento. Pero el irrespeto y el sectarismo de la bancada no sólo se dirigen contra el país y contra la oposición. Disparan también contra sus propios secuaces.
Lo ocurrido ayer con Yehude Simon sí tiene nombre: se llama desprecio. Abandonaron al personaje cuando exponía su Plan VRAE. Cierto, éste es más de lo mismo; pero eso hay que decirlo, y proponer alternativas. Para justificar su ausencia, la bancada aprista ha acudido a explicaciones pueriles: salieron “para estirar las piernas”, para almorzar (¿con las piernas estiradas?) y para ver por TV al presidente de su Consejo de Ministros.
Simon ha amenazado con dar un paso al costado. Después de haber dado muchos pasos atrás.
Citas bíblicas como música de fondo
por Guillermo Giacosa
Cuando se habla de Irán, se evoca su fanatismo religioso y se le acusa de cualquier cosa que pueda pasar en ese momento por la cabeza de su eventual acusador. No se es, como en otros tantos campos, mínimamente objetivo. La receta estadounidense para fabricar enemigos subraya la necesidad de una cocción permanente. Es decir, no dar nunca por logrado el objetivo y seguir sumando acusaciones o recordando las antiguas. Esa conducta es exactamente la contraria a la que practican con sus aliados, a quienes no solo les perdonan sus errores sino, también, como a Israel, sus horrores. De estos últimos, quiero citar uno que me ha escarapelado el cuerpo, casi tanto como aquella foto de niñitos hebreos poniendo mensajes en los misiles que caerían sobre Gaza (que pasó como una foto más).
por Guillermo Giacosa
Cuando se habla de Irán, se evoca su fanatismo religioso y se le acusa de cualquier cosa que pueda pasar en ese momento por la cabeza de su eventual acusador. No se es, como en otros tantos campos, mínimamente objetivo. La receta estadounidense para fabricar enemigos subraya la necesidad de una cocción permanente. Es decir, no dar nunca por logrado el objetivo y seguir sumando acusaciones o recordando las antiguas. Esa conducta es exactamente la contraria a la que practican con sus aliados, a quienes no solo les perdonan sus errores sino, también, como a Israel, sus horrores. De estos últimos, quiero citar uno que me ha escarapelado el cuerpo, casi tanto como aquella foto de niñitos hebreos poniendo mensajes en los misiles que caerían sobre Gaza (que pasó como una foto más).
Las palabras fueron pronunciadas por uno de los asesores del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y estaban destinadas a identificar a Amalek con Irán. Dicen así: “Piensen en Amalek” (un pueblo que odiaba a los judíos y a lo que el judaísmo representaba). La Biblia dice que los amalecitas eran enemigos dedicados del pueblo judío. En 1 Samuel 15, Dios dice: “Así que ve y ataca a los amalecitas ahora mismo. Destruye por completo todo lo que les pertenezca; no les tengas compasión. Mátalos a todos, hombres y mujeres, niños y recién nacidos, toros y ovejas, camellos y asnos”.
Más allá de la condena que merecerían estas citas bíblicas, que se usan como música de fondo para cualquier amenaza, y de la necesidad de una visión más crítica de estos excesos coléricos de Jehová, ¿imaginan si algún dirigente iraní, sirio o palestino se hubiese permitido recordar esta cita bíblica con referencia a alguno de sus enemigos?
Los denuestos que hubiesen llovido sobre él, su pueblo y su cultura habrían sido colosales. La prensa occidental nos habría dicho que por fin apareció la entraña auténtica de esos gobernantes, y no se habrían privado de recordar a Hitler y a algunos otros espantos del bestiario humano. Y la verdad es que yo también, excluyendo al pueblo y la cultura a la que pertenece quien lo expresó, habría dicho lo mismo. No cabría en mí de horror, al igual que no quepo en la actualidad en el mismo sitio por el doble horror de leer lo que leí y por saber que nuestros adalides de la libertad lo han dejado pasar como si de una frase banal se tratara.
¿A qué cultura pertenecemos? ¿A la que solo condena lo que dicen quienes no participan de nuestras convicciones o a la que condena, por igual, todo hecho que sabotea los valores en los que afirmamos creer?
Personalmente, me niego a alinearme, a pesar de la comodidad que ella promete, en la primera opción. Mi espejo no me lo permitiría. Es, en verdad, la más sencilla, la más fácil, y hasta quizá permita que se te muestre como un ciudadano confiable y la vida cotidiana se te haga más llevadera.
Pero tú dejas de ser tú para convertirte en un apéndice más de los intereses que ahogan lo que hay de promesa humana en nosotros.
Amenaza es la palabra clave
por César HildebrandtCorea del Norte es el mal –dicen
Y es probable que tengan razón.
A condición, claro, de que no nos digan que ellos son el bien.
Porque si Corea del Norte es el mal porque quiere tener una bomba atómica, ¿qué son ellos, que ya lanzaron dos sobre ciudades pobladas?
Estados Unidos tiene 6,000 cabezas nucleares montadas en dispositivos de largo alcance. Esos son los límites del tratado Start, vigente hasta diciembre del 2009.
Seamos específicos: Estados Unidos cuenta con 534 cohetes balísticos intercontinentales que saldrían, en caso de guerra, de silos terrestres y 432 que podrían ser expulsados por submarinos nucleares colocados en todos los mares del mundo. Cada uno de esos cohetes posee ojivas múltiples, de allí la ganancia exponencial de su poderío (capaz de alcanzar, con un solo disparo, varios blancos a la vez).
Aparte de su fuerza balística, Estados Unidos posee bombas atómicas tradicionales, 20 veces más poderosas que las estalladas sobre Hiroshima y Nagasaki, puestas en unos doscientos aviones bombarderos de alcance también intercontinental. Veinte de esos aviones corresponden al modelo B-2, invisible, por ejemplo, para el sistema de radar que actualmente asiste a las fuerzas de la Federación Rusa.
En resumen, Estados Unidos podría borrar a la humanidad de la faz de la tierra si un George Bush o un Dick Cheney lo consideraran “imprescindible para garantizar la seguridad de los Estados Unidos”.
Para la derecha mundial que apresa y mata clandestinamente, que justifica la tortura y que codicia las fuentes de energía en nombre de su predominio mundial, un planeta posnuclear donde quedara la mitad de los Estados Unidos y ningún enemigo a la vista no sería el peor de los mundos.
Para la lógica de esa gente está muy mal que Corea del Norte quiera tener una docena de bombas atómicas.
No está mal, sin embargo, que Pakistán tenga cien bombas atómicas y que su archirrival, la India, se haya hecho con un arsenal de 200 artefactos nucleares.
No está mal que Israel posea entre 150 y 200 bombas capaces de desaparecer varias veces el Medio Oriente. Ni está mal que el actual canciller israelí, Avigdor Lieberman, haya dicho en plena campaña electoral que Israel debería de emplear el arma nuclear en contra de Hamas en la Franja de Gaza.
Lo que está mal es que Corea del Norte quiera armarse o que Irán, remotamente, aspire a hacerse con lo que se considera, en un mundo corrompido por el uso de la fuerza, la única arma capaz de disuadir.
-Corea del Norte es una amenaza para el mundo –se atreven a decir.
¿Un país más pequeño que Carolina del Sur o el estado de Maine es una amenaza mundial?
Bueno, también los Reagan dijeron que Granada, una isla de 378 kilómetros cuadrados, era un peligro para América. Y por eso instigaron el asesinato de Maurice Bishop, su primer ministro, e invadieron el diminuto territorio dos días después de cometido el crimen (octubre de 1983).
También Chile fue, en su momento, una amenaza mundial. Y lo fue Cuba, por supuesto.
Y lo será todo país que no se someta a la dictadura mediática de los Estados Unidos.
La palabra clave es “amenaza”.
Lo que no se explica es sobre qué se yergue esa supuesta amenaza.
Esa omisión es explicable.
Aunque los políticos estadounidenses suelen amar la vulgaridad todavía no les es posible un sinceramiento absoluto respecto de su agenda y sus propósitos. No pueden decir, por ejemplo, que Corea del Norte tiene que ser castigada, militarmente inclusive, porque no acepta el orden mundial imperial.
Sí, ya sé: el régimen de Corea del Norte es impresentable, su dinastía parece feudal y la miseria en la que vive su pueblo surge del capricho autárquico de sus dirigentes.
Siendo todo eso cierto, una pregunta se resiste a callar: ¿Qué autoridad moral tienen los Estados Unidos y sus aliados europeos para hablar de un orden mundial amenazado? ¿De qué orden mundial pueden hablar los cínicos?
Nadie ha destruido con más eficacia lo que quedaba de orden mundial que la política exterior de los Estados Unidos (incluyendo la del débil Obama). Nada ha contribuido con más entusiasmo a la separación definitiva de la ética y la política que la Europa de los Berlusconi, los Aznar y los Chirac.
De modo que, sí, en efecto, Corea es un país en tinieblas, pero ¿qué son los Estados Unidos negándose a firmar el Protocolo de Kyoto, huyendo de la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, adoptando las políticas carcelarias de cualquier satrapía asiática, acarreando las municiones que se usaron para la masacre de Gaza?¿Serán, acaso, el país de la luz?
Lo más divertido de todo esto es el baile de los pobres diablos latinoamericanos repitiendo en la ONU, como si de un salmo se tratara, las paporretas estadounidenses sobre las “nuevas amenazas”.
Lo que sí es cierto es que Estados Unidos no es una amenaza.
Es una realidad vigente y aplastante.
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