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miércoles, 25 de mayo de 2011

CRONOCOPIANDO:



¿En manos de quién estamos?

Koldo Campos Sagaseta


De Paul Wolfowitz decían sus profesores que fue un estudiante modélico, de ejemplar comportamiento en las universidades en que cursó Matemáticas, Historia y Ciencias Políticas. Sus biógrafos lo tenían como un brillante intelectual, discípulo de Leo Strauss, capaz y trabajador. Sus compañeros del Pentágono afirmaban que era el más hábil estratega en materia de defensa que ha pasado por el polígono, artífice, entre otras ideas, de las “guerras preventivas” y de la necesidad de aniquilar a los “competidores emergentes”. Todo un teórico de la supremacía militar “en cualquier circunstancia”, experto en “crear” amenazas y paranoias. Los periodistas lo señalaban como el más diestro y sagaz funcionario que haya pasado por la Casa Blanca. Sus amigos hablaban de él como un hombre sencillo, patriota americano, ferviente demócrata y honesto.Su presidente lo definió como un servidor pulcro y leal, al que por sus tantas virtudes y doctos saberes nombraron por unanimidad presidente del Banco Mundial.
Un aciago día, sin embargo, el mito se derrumbó y aquel modélico estudiante, brillante intelectual, hábil estratega, diestro funcionario, patriota americano, pulcro y virtuoso Paul Wolfowitz, terminó enredado en un vulgar folletín americano en el que no faltó una amante, una amiga celosa, una secretaria a la que recompensar con otro cargo, un amoroso aumento de salario y un beso en un motel. Hasta agujeros en los calcetines acabó confesando antes de dejar su puesto.
Poco más tarde, cuando todavía coleaba el escándalo protagonizado por el presidente del Banco Mundial, Randall Tobías presentaba su renuncia como administrador de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) luego de que se le advirtiera la inmediata publicación de una lista de nombres vinculados a la prostitución en la que figuraba el suyo. Tobías era un leal y veterano cliente de “La Madame del DC”, un centro de prostitución que el administrador creía era de masajes. Eso fue al menos lo que alegó en su defensa al ser cuestionado por la policía sobre su relación con la “madame”. Cierto es que no debe ser fácil distinguir un masaje de una felación y, por las dudas, Tobías persistió en sus estudios y averiguaciones, masaje tras masaje, sin acabar de entender la diferencia. Ni siquiera el alto costo del servicio le hizo entrar en sospechas de que fuera otra cosa lo que estaba pagando. En su defensa cabía alegar que así sea con la mano o con la lengua, un masaje es un masaje y que, al fin y al cabo, como administrador de una institución que maneja alrededor de 20 mil millones de dólares al año, eso era, a gran escala, lo que había venido haciendo desde que fuera nombrado: masajear las economías de los países puestos en manos del organismo que dirigía.
Para completar la trilogía faltaba el presidente del Fondo Monetario Internacional que, junto a los dos citados, compone la funesta trilogía de impresentables que, además de ocuparse de los recursos y la moral del mundo, también administran sus arrumacos y masajes. Y no se ha hecho esperar.
Dominique Strauss-Kahn ha sido detenido y acusado de agresión sexual e intento de violación. El político socialista francés, considerado el mejor situado para hacerse con la presidencia de su país una vez terminara su labor al frente del Fondo Monetario Internacional, fue arrestado en Nueva York en el avión en que se disponía a huir, luego de intentar violar a una camarera en el hotel en que se hospedaba.
Tampoco es, al parecer, la primera vez que Strauss-Kahn, acostumbrado a acudir al rescate de crisis financieras, ha asumido personalmente la posibilidad de aplicar programas de reajustes a mujeres en crisis e incapaces de cumplir con sus obligaciones y sus deudas. Y nadie ignoraba, desde su desenfrenado estilo de vida, su contradictoria debilidad por incentivar el gasto y la inversión entre las economías sometidas al dictamen de su gerencia monetaria.
Al igual que Paul Wolfowitz y Randall Tobías, Strauss-Kahn sólo estaba aplicando a escala reducida las líneas maestras del desarrollo internacional que impulsan Estados Unidos y Europa con respecto al tercer mundo. En manos de semejantes canallas, dignos representantes de los organismos que han presidido, es que está la humanidad.

lunes, 5 de abril de 2010

ASUNTOS DE FE



Los usureros al frente de bancos y financieras, en Semana Santa, no perdonan nuestras deudas así como nosotros tampoco perdonamos a nuestros deudores pero, virtuosos que son, y agradecidos, se encomiendan a Dios por permitirles multiplicar sus panes y sus peces.
Los políticos, acostumbrados a tomar el nombre del pueblo en vano y a no dejar ileso ningún mandamiento, en Semana Santa, sin embargo, oran para no volver a caer en la tentación… hasta que caigan y, Dios mediante, resucitar al tercer día.
Los empresarios y demás gentiles mercaderes, en Semana Santa, después de despedir obreros, tramitar expedientes y abaratar soldadas, cubren sus vergüenzas con negros capirotes y en devota cofradía desmienten sus siete palabras.
Los jueces, versados en el Sanedrín de sus audiencias en llevar a la cruz a vergüenzas sin cargos y en poner en la calle a cargos sin vergüenza, en Semana Santa se lavan las manos y suscriben lo que firme el anillo que besan y disponga el poder que veneran.
Los torturadores, por misericordiosos, antes de incorporarse el Viernes Santo al habitual calvario en que trajinan ora la bolsa ora la picana, piadosos se persignan y flagelan también al cirineo por ser parte del entorno.
Los hipócritas son tan considerados que, en Semana Santa, penan descalzos sus nazarenas velas en tan ajeno entierro y por aquello de guardar las apariencias y mantener el tono con los días, hasta prefieren pasar por fariseos.
Los agnósticos, para curarse en salud y, no obstante su manifiesta incredulidad, también en estos días escriben columnas sobre la Semana Santa.
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lunes, 20 de julio de 2009

CRONOCOPIANDO: DOS DE KOLDO CAMPOS

No creo en Obama
Koldo Campos Sagaseta
Rebelión
Decía Perich, un extraordinario filósofo catalán al que algunos tenían por humorista, que “la prueba de que en Estados Unidos cualquiera puede ser presidente, la tenemos en su presidente”.
La última vez, sin embargo, en la que el pueblo estadounidense no sólo votó sino que, incluso, eligió, no eligió a cualquiera, sino al candidato más elegante, en su porte y sus maneras, negro y demócrata para más señas, sorprendentemente culto, aunque nunca hubiese leído a Galeano, y con un programa de gobierno que prometía poner fin a la barbarie que le había precedido. Un candidato que, entre otras virtudes, había despertado en muchísimos sectores de la sociedad estadounidense el entusiasmo y la confianza perdida en la vida política.
Si comparamos a Obama con cualquiera de sus antecesores, no habría nada que deliberar. No sólo era el mejor de los posibles, su talante, su pulcritud, sus gestos, su tono, su palabra, generaban simpatías, también, fuera de los Estados Unidos. Podríamos igualmente contrastar la imagen de Obama con cualquiera de los líderes europeos que, tampoco en ese caso habría debate.
Pero yo no creo en Obama, aunque reconozco que me cautiva su personalidad cada vez que lo veo en la televisión, sea saludando adhesiones o matando moscas.
Sigo pensando que se trata del mejor anuncio realizado nunca en la historia de la publicidad, y que contó, obviamente, con un extraordinario modelo, fruto de un “casting” inmejorable. Un anuncio que se renueva todos los días aunque siga ofreciendo el mismo producto y con las mismas características.
Cierto es que algunos de los proyectos sociales que el presidente estadounidense está tratando de implementar en su país son progresistas y que para todos ha dispuesto de muy buenas palabras, pero frente a la histórica oportunidad que la crisis ponía en sus manos para haber llamado, siquiera, la atención sobre la necesidad de reinventar la vida, de un imprescindible cambio de rumbo, prefirió acudir en rescate de la banca y de la industria del automóvil y de cualquier fuga de aire que importune el orden y el mercado.
Cierto es que prometió cerrar el campo de exterminio de Guantánamo, pero ahí siguen, todavía, penando sus culpas a la espera de una justa reparación, los cientos de presos secuestrados a los que ahora se propone repartir por el resto del mundo.
Cierto es que condenó la tortura en los términos más concluyentes, pero concluyente fue, también, cuando desistió de llevar a la justicia a los responsables de la execrable tortura que tanto le había conmovido.
Cierto que habla constantemente de diálogo y de paz, pero no ha dejado de hacer la guerra; que habla de la necesidad de respetar las soberanías ajenas, pero no aclara cuales son las propias; que habla de la urgencia de reconducir sus relaciones con Cuba, pero no levanta el embargo y sigue manteniendo presos a los cinco patriotas cubanos; que habla de respetar la constitucionalidad de cada país, pero su gobierno y sus administrados persisten en alentar golpes de Estado o destituciones y renuncias forzadas, que como eufemismo ni siquiera es original.
Cierto que habla de nuevos tiempos, pero al frente de la administración estadounidense siguen estando viejos conocidos de todos y no, precisamente, para bien.
Obama lleva muchos meses hablando y aún no encuentra el día para hacer.
Por eso yo no creo en Obama. Aunque no le retiro el beneficio de la duda, y ojalá me equivoque, yo no creo en él por la simple razón de que Obama sólo es el presidente de los Estados Unidos, el funcionario que mantienen al frente de la Casa Blanca los que nunca pasan por las urnas pero siempre detentan el poder. Obama sólo es el relacionador público, con rango y sueldo de presidente, de la empresa que tiene asiento detrás del trono. Obama sólo es eso, el hombre del anuncio, y lo seguirá siendo hasta que, si me equivoco, la coherencia lo lleve a la tumba, posiblemente a manos de un perturbado que actuaba solo y al servicio de nadie, o el descrédito lo termine sacando de la Casa Blanca.
El funeral de Michael Jackson
Koldo Campos Sagaseta
Rebelión
Michael Jakson no se perdía detalle de su funeral. Lo seguía por televisión en compañía de su mejor amiga y al mismo tiempo que mil millones de personas en el mundo. Su muerte, si no su mejor creación, estaba resultando su obra más lucrativa, y en el momento más indicado. Las deudas se habían ido acumulando, tanto como los réditos, y los interesados estaban por cobrarlas. Esos cincuenta conciertos programados sólo hubieran servido para conformar por algún tiempo la voracidad de los acreedores y necesitaba algo más contundente, algo que disparara las compras de su música, de sus afiches, de sus vídeos, de toda la industria que se movía alrededor de su imagen. Y la mejor idea que se la había ocurrido era morirse.
Una vez le practicaron la autopsia, se despidió del personal médico con ese paso de baile hacia atrás tan característico en su carrera y, discretamente, abandonó el hospital. Ya en la calle, sólo para evitar ser reconocido, se disfrazó de Michael Jackson y pudo llegar sin problemas hasta casa de Liz.
Allá se encontraba ahora, cómodamente recostado en un sofá, con su mascarilla puesta y un trago en la mano, siguiendo atento por la televisión las evoluciones de su majestuoso y eterno funeral. No faltaba nadie a la cita…bueno, sólo Liz, que roncaba a su lado, y él. Sobraban los demás. Los que le cambiaron la casa por las tablas y la bata del colegio por un grotesco uniforme de astronauta; los que lo convirtieron en estrella cuando aún no sabía quitarse los mocos, los que para sacarlo de la calle lo pusieron a hacer galas nocturnas. Todos lloraban su muerte. El se hubiera conformado con que celebraran su vida.
No lo había hecho pero era consciente de que, a muchos de ellos, si en lugar de fingir su muerte, simplemente, les hubiera llamado para explicarles la delicada situación por la que atravesaba, no habrían respondido. En todo caso, para pedirle más dinero.
Pero ahí estaban ahora, interpretando sus mejores lágrimas y aspavientos, calculando entre sollozos, los beneficios que generaba la muerte de Michael Jackson.
El funeral estaba resultando mucho mejor de lo que él mismo temía aunque seguía prefiriendo Nederland como destino. Estuvo a punto de llamar a su hermana y decírselo pero eso hubiera descubierto su plan y el funeral se habría frustrado. De todas formas, el sepelio resultaba demasiado lento y solemne. Nunca debió pasar por alto, antes de morir, el haberse encargado él, personalmente, de diseñar el espectáculo de su funeral, e imponer su propuesta, tal vez, con una cláusula en su testamento por si llegara el caso, o haber confiado el diseño en alguien que no sospechara nada, que lo tomara como una excentricidad más de quien sólo se quita la mascarilla de la boca para entrarse unas pastillas o un reconstituyente trago.
A su funeral le faltaba color, plasticidad, magia, los tres principales ingredientes de su arte. Y estaban de más buena parte de los artistas congregados. Hasta cantantes impresentables a los que siempre se había ocupado de mantener lo más lejos posible, no tenían el menor empacho en tomar el escenario por asalto, declararse íntimos del muerto y agraviarlo, además, con sus canciones.
-¿Por qué no la apagas ya y te acuestas? –propuso Liz en una de sus vueltas.
Michael no la escuchó. O quizás sí pero no le prestó atención. Ahora las cámaras mostraban las sonrisas cariacontecidas de sus principales acreedores frotándose las manos y Michael no se perdía detalle. Sólo por el placer de verlos palidecer tampoco pensaba perderse su resurrección al día siguiente, cuando develara que todo había sido una mentira, que él no estaba muerto y que pensaba organizar un segundo funeral que en verdad estuviera a su altura, y al que no asistirían los traficantes de almas, los ratones de alcoba, los capitanes garfios, los sombreros grises y los pantalones largos. Si acaso algunos niños con los que compartir este fracaso.
En un principio había pensado confundirse entre la muchedumbre y asistir a su propio funeral como uno más, pero no hubiera soportado encontrarse en una calle con otro Michael Jackson tan bueno como él y prefirió la soledad de la televisión. Ahora lo lamentaba. Seguro que de haber estado entre el público no hubiera tenido que reconocer al grupito de magnates del negocio que sin haber dado jamás un paso o entonado una nota, celebraban gimiendo el auge de las ventas, pero la televisión te los ofrecía en primer plano, uno detrás de otro, hasta con tiempo para un sentido respingo.
Políticos y autoridades locales también se habían sentido en la necesidad de rendir homenaje al cantante fallecido. Michael no daba crédito a lo que veía. ¿Era posible que ese senador y ese otro secretario tuvieran tan poca vergüenza? ¿Y esos periodistas que vivían acechando sus pasos siempre a la espera del menor desliz, que no tenían reparos en tergiversar sus palabras, confundir sus actos, falsificar su vida…qué hacían en su funeral? Algunos fotógrafos hasta se permitían algún que otro sollozo en cada cambio de lente. ¡Ah…Hollywood tampoco podía faltar a la cita, ni el mundo del deporte y sus más laureados íconos!
Michael no pudo más y apagó el televisor. Eran tantos rostros extraños, tantas biografías mentidas, tantos afectos simulados. Mejor seguir el consejo de Liz y descansar un rato. Al día siguiente, cuando todo el mundo todavía estuviera llorando su muerte, ofrecería una multitudinaria rueda de prensa para desmentirla y pondría a cada quien en su lugar.
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