Tigres de papel
por César Hildebrandt (*)
Una de las cosas más ridículas que se han oído en el gremio periodístico peruano –tan abundante en ridiculeces y humorismo involuntario- es lo que dijo Augusto Álvarez Rodrich en el conversatorio organizado por Ipys sobre el tema de los petroaudios.Ya no hablemos del estilo morse que tiene el señor Álvarez Rodrich para comunicar su carencia de ideas. Ni siquiera detengámonos en esos aires teatrales de víctima que ha adoptado desde el día en que algunos colegas decidieron (decidimos) defenderlo tras su fea defenestración de la dirección de “Perú 21”.Pero este hombre, que ignora que fue defendido por principios y no porque él sea quien es ni escriba como escribe, se la ha tomado en serio, cree que la tartamudez es una virtud adquirida en la persecución y está convencido de que la simplonería que cultiva es una suerte de sabiduría hindú. O sea que confunde a Rabindranath Tagore, a quien tiene que no haber leído, con Deepak Chopra, a quien debe conocer hasta el saqueo.¿Qué es lo que dijo Álvarez Rodrich en el homenaje que sus patas de Ipys le montaron pero que salió cuadrado por la intervención de Mirko Lauer? Bueno, en medio del spam que habla con tanta fluidez, Álvarez Rodrich dijo que él tuvo, primero que nadie, la primicia sobre el hijo no público del doctor Alan García Pérez pero que decidió no publicarla “porque no tenía ninguna relevancia pública y ninguna importancia política”.Bueno, señor Álvarez Rodrich. Podría usted haber dicho que no le dio la gana de publicarla y quedaba como un rey. Podría haber usted dicho que decidió callar esa noticia del mismo modo que calló en todos los idiomas cuando Fujimori gobernaba y usted se dedicaba a hacer dinero firmando, a nombre de Apoyo Consultoría, contratos con el Fopri (Fondo de Promoción de la Inversión Privada), contratos que le reportaron a su empresa –para citar un solo ejemplo-944,000 dólares de ingresos (y era el año 1995, señor Álvarez Rodrich, cuando usted ya sabía plenamente con quiénes se juntaba, de quiénes recibía dinero y ante quiénes tenía que callar y portarse como un buen chico).Pero Álvarez Rodrich no sólo dijo tamaña tontería. Añadió que un alto personaje del gobierno aprista actual fue a verlo y le mostró su preocupación y que él le dijo que no tenía de qué preocuparse, que él no publicaría la noticia del niño Federico Danton. Y sumó esta perla: “Entonces le dije a ese funcionario: te joderé por tus políticas pero no por cuestiones privadas”. Qué fino había resultado este señor.Pero el asunto es que lo del niño oculto no era un asunto irrelevante. Era no sólo relevante: era éticamente decisivo para completar el dibujo de la personalidad del doctor Alan García.Durante toda la campaña electoral del 2006 el doctor García se había mostrado como el más fotogénico cabeza de familia, como el marido más dichoso y como el ejemplo más absoluto de trasparencia personal. ¡Todo era mentira! Como lo fueron cada una de sus promesas y cada uno de sus compromisos “por el cambio responsable”.¿Es que el señor Álvarez Rodrich entiende que en política se puede ser un farsante y que el carácter no importa y que, dentro de los muros de una casa, el político puede ser exactamente lo contrario de lo que pregona ser y el revés de lo que ha jurado siempre ser? ¿Es que dónde se pone el muro berlinés entre un hijo que se oculta y la imagen electoral que se vende? ¿Por qué en países menos bárbaros esos asuntos son importantes para el juicio del público y el futuro de los políticos?¿Y quién es Álvarez Rodrich, por último, para legislar de modo tan sentencioso en esta materia?Ahora ya veo por qué a este señor, que desciende del fujimorismo más lucrativo, no le interesa si lo que le regalan en un sobre postal ha sido enviado por el hampa petrolera, la banda de Los Destructores, el Copón Divino o la distinguida dama madame Putain. O sea que cuando se trata de los petroaudios, nada importa, excepto que se publiquen. Y sin investigar, mucho mejor. Porque así se abaratan los costos. Total, se trata de un tal Químper y de Rómulo León. No se trataba de Alberto Fujimori, ni de Alberto Pandolfi, ni de Jorge Camet. Tampoco se trataba de Montesinos ni de los colinas. Porque Álvarez Rodrich ya tiene suficientes añitos como para contarles a sus allegados qué hacía él, además de ganar mucho dinero, cuando Fujimori hacía trizas la Constitución y la decencia. ¿Puedo contestar? Pues bien, además de ganar dinero, el señor Álvarez Rodrich ganaba dinero.Como algunos de ustedes saben, fue desde esta columna que se reveló la existencia de ese hermoso niño que el doctor Alan García quiso mantener oculto todos estos años. Lo publiqué apenas lo supe, al día siguiente de comprobarlo. ¿Y saben qué? Quien debía agradecérmelo, me lo agradeció, por teléfono, en su momento. Y me dijo que gracias a esa revelación, que Álvarez Rodrich y otros ocultaron, Federico Danton había salido de la oscuridad y del injusto anonimato.Y en ese momento me sentí mejor todavía. Y más periodista que nunca.Estoy dispuesto a recibir lecciones de quien esté en condiciones de darlas. No es el caso del señor que fue director de Osiptel en junio de 1993, alto funcionario de Indecopi en 1996, vicepresidente de la Comisión de Acceso al Mercado desde enero de 1999, contratista millonario en nombre de Apoyo en 1995, y renunciante al cargo de Indecopi en fecha tan tardía como mayo del 2002. Me refiero al señor Álvarez Rodrich, por supuesto. Al señor que le gusta ser burócrata privilegiado cuando gobierna un Fujimori y periodista “temerario” cuando las papas dejan de quemar.
(*) Diario La Primera
Por fin parió Paulita. Y es que nos hemos matado diciendo en este blog lo que hoy César Hildebrandt detalla com amplitud y firma.
Al menos hay alguien que entiende que el otoronguismo no le hace bien al ya bastante maltrecho periodismo nacional. Y aquí no hay plata ni intereses que aguanten. O nos ponemos serios o nos come el chanchirafa.
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