Morir como espectáculo
por César Hildebrandt (*)
Hace unos pocos días, en Pembroke Pines, Miami, un joven universitario de 19 años llamado Abraham Biggs encendió su web-cámara, la dirigió hacia la cama donde se recostaría –había elegido la cama de su padre- y se tomó un puñado de píldoras analgésicas opiáceas mezcladas con benzodiazepina, que era lo que un psiquiatra le había recetado para lo que parecía un típico trastorno bipolar.Horas antes, Biggs, un joven negro que parecía muy alterado por el divorcio de sus padres y los líos con su novia, había advertido en un sitio de la red que se mataría. El 13 de noviembre, en “My Space”, había colgado esta advertencia: “He cerrado un capítulo en mi vida. Mis amigos más cercanos saben exactamente de lo que estoy hablando, pero supongo que no hace falta ese último beso de despedida...”El muchacho estudiaba en el Broward College y quería ser paramédico. Su padre enseñaba matemáticas en esa institución.Mientras empezaba su viaje sin regreso dormitando, cientos de internautas vieron a Biggs y pudieron alertar a alguien para impedir la macabra escena. Pero no lo hicieron. Nadie hizo nada hasta unas seis horas después, cuando la policía fue llamada y acudió a la casa del muchacho y comprobó que estaba bien muerto.El padre de Biggs, de nombre Abraham también, dijo que la gente que vio todo esto y no avisó merecía el infierno y que su hijo era un buen chico y que él no se explicaba por qué lo había hecho. Biggs padre se negó a ver el vídeo de la muerte de su hijo, que estuvo colgado durante ominosas horas en “Youtube”. La madre de Biggs Jr., que vive separada de la familia, dijo que estaba destrozada por el espectáculo de la muerte pero que, en el fondo, no estaba del todo sorprendida. “Su condición maniaco-depresiva me hacía temer siempre algo como esto”, añadió.Según el despacho del periodista Andy Gallacher, de la BBC, hubo quienes alentaron al chico a que completara su tarea mientras lo vieron sentarse al borde de la cama y empezar a tomar las píldoras que lo matarían. La escena parecía salida de la cabeza quemada de un guionista clase C.El muchacho consumía buenas horas de su tiempo visitando foros de la red y dejando algunos comentarios más o menos comunes sobre temas diversos. No parecían los comentarios de algún tonto ni de alguien particularmente triste o golpeado por las circunstancias hasta que, durante todo el último mes, algo hizo que Biggs se dejara rodar por la pendiente que siempre lo había tentado.Así llegó el miércoles 19 de noviembre, el día en que Biggs colgó en un sitio de gimnastas de la Internet la frase “he terminado por odiarme y me voy a matar”. Un hipervínculo de su texto remitía a los navegantes a “Justintv”, un espacio donde los internautas retransmiten en vivo lo que están haciendo.Por eso es que la muerte de Biggs contó con tanto público.“Se fueron pasando la voz”, dijo Wendy Crane, agente forense del condado de Broward.Cuando la policía entró al lugar, los cibernautas continuaban prendidos de la transmisión. Un policía tuvo que poner una chaqueta sobre la cámara para que el público de este vídeojuego con muerto veraz y sádicos en tiempo real se diera cuenta de que el show había, literalmente, terminado.Algunos de estos espectadores, enterados a plenitud del desenlace, escribieron en la página de comentarios de “Justintv” cosas como “OMFG”, que es una manera rápida de decir “Oh, my fucking God”. Algunos, sin embargo, enviaron mensajes como “lol” o “hahahah”. Lo que quiere decir, en la taquigrafía del slang internauta, que se estaban riendo a carcajadas.
(*) Diario La Primera.
La internet suele reflejar ese atado de confusiones extremas que es el ser humano. Incluso se han hecho muy buenas películas sobre el tema. Pero el problema no es precisamente la red. Es el hombre atrapado en el sueño de un mundo que cada día comprende menos pese a contar con la tecnología mas avanzada de toda su historia. Porque su evolución real se ha rezagado tanto frente a la misma que ha llegado a convertir el uso de la internet en una terrible adicción y en el medio perfecto para canalizar sus últimos miedos. Incluso el que contiene su definitiva extincìón.
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