miércoles, 28 de octubre de 2009

LA ECONOMÍA DE RAINMAN




Krugman , el “post autista”
Alberto Montero Soler

Ya en el año 2000 un grupo de estudiantes franceses de economía respaldados por algunos profesores lo habían advertido: la economía se aleja cada vez más de la realidad y está convirtiéndose en una rama de las matemáticas aplicadas. Iniciaron entonces un movimiento con un nombre muy expresivo, “Post-Autistics Economics” (o economía post-autista, en español), en clara alusión a la necesidad de superar lo que ellos consideraban que era el estado de autismo en el que había caído la economía, completamente ensimismada y alejada de los problemas sociales.
El movimiento saltó de Francia y se extendió por el mundo y, como en tantas otras cuestiones, correspondió a los estudiantes galos el honor de haber sido los primeros en denunciar el fiasco intelectual en el que se habían convertido los estudios de economía en aquel país y, por ende, en el resto del mundo.
En su manifiesto criticaban cuatro grandes tendencias en la evolución reciente de los estudios de economía.
La primera, el tremendo distanciamiento existente entre la teoría económica que se explica en las aulas –que es, fundamentalmente, la teoría neoclásica- y la realidad social: los estudios de economía actuales han dejado de lado el análisis de los comportamientos sociales o el funcionamiento de las instituciones económicas más allá de la empresa. Se está enseñando, por tanto, una teoría económica sin referentes concretos y reales, en la que se sacrifica la utilidad social del conocimiento transmitido y aprehendido en aras de una presunta capacidad de análisis y aplicabilidad universal impropia de cualquier ciencia social que se precie.
La segunda, el uso incontrolado de las matemáticas. Se ha olvidado el carácter instrumental de éstas para convertirlas en un fin en sí mismas, recurriéndose a la formalización y a la construcción de modelos elegantes y de una impecable lógica interna, pero completamente ajenos a la realidad y de dudosa aplicabilidad en un mundo crecientemente complejo que necesita, precisamente, de análisis complejos y no de estilizaciones que antepongan la elegancia matemática a la capacidad explicativa.
La tercera, el dogmatismo en el que han incurrido los estudios de economía como consecuencia de la carencia de pluralismo en la presentación de los enfoques sobre lo económico. En las facultades de economía no se enseña a mirar la realidad desde distintos prismas, desde distintos enfoques económicos (no digamos ya desde distintas disciplinas), a pesar de haberlos, sino que se suele presentar un único enfoque al que se le atribuye capacidad explicativa omnímoda.
Y, por último, hacían un llamamiento a los profesores animándolos a despertarse antes de que fuera demasiado tarde y las aulas quedaran despobladas de alumnos cansados de la distancia que media entre la economía que les estaban enseñando y los problemas y debates del mundo real. Un llamamiento que terminaba con un grito de rabia: “¡No queremos que nos sigan imponiendo esta ciencia autista!”.
Pues bien, se ve que aquellos alumnos y todos los profesores que los apoyamos fuera y dentro de Francia no iban demasiado desencaminados y que sus demandas son ahora, en términos muy parecidos, retomadas hasta por premios Nobel de Economía.
En concreto, Paul Krugman escribió hace un par de meses un artículo en el New York Times Magazine en el que, textualmente, afirmaba que “Pocos economistas vieron venir la crisis actual, pero este error de predicción no es el problema principal del que adolece la disciplina. Mucho más importante es la ceguera de la profesión ante la posibilidad de que puedan presentarse fallos catastróficos en una economía de mercado. (…), la Economía se extravió porque los economistas, como grupo, confundieron la belleza, encarnada en unas matemáticas deslumbrantes, con la verdad. (…) los economistas volvieron a enamorarse de la vieja e idealizada visión de una economía en la que individuos racionales interactúan en mercados perfectos, visión ataviada esta vez con ecuaciones de fantasía. (…). Desafortunadamente, esta visión romántica y desinfectada de la economía condujo a la mayoría de los economistas a ignorar todas las cosas que pueden ir mal. Cerraron los ojos a las limitaciones de la racionalidad humana que tan a menudo conduce a burbujas y estallidos; a los problemas de las instituciones que pierden todo control; a las imperfecciones de los mercados –especialmente de los mercados financieros- que pueden causar que el sistema operativo de la economía se descomponga de forma repentina e impredecible; y a los peligros generados cuando los reguladores no creen en la regulación. (…). Cuando se trata del problema demasiado humano de las recesiones y depresiones, los economistas necesitan abandonar la pulcra pero errónea solución de asumir que todo el mundo es racional y que los mercados funcionan perfectamente”.
El artículo es mucho más largo y muy interesante y pone sobre la mesa, con honestidad y valentía, los grandes problemas que tiene la disciplina. En ese sentido, es muy de agradecer.
Es más, el párrafo que he transcrito se ha convertido en una especie de
manifiesto al que se han adscrito ya más de dos mil profesores de economía, entre ellos varios premios Nobel.
Y es que esta crisis ha puesto a la Teoría Económica frente a sus propias miserias; frente a su incapacidad para explicar la realidad que constituye su objeto de estudio; frente a su confianza en unos supuestos teóricos completamente erróneos pero sobre los que se elaboran teorías que son publicadas en revistas académicas que los avalan haciendo pervivir la estafa intelectual en la que vive la Economía.
Todos esos problemas ya los habían avanzado los estudiantes franceses hace casi una década. A ellos nadie les escuchó entonces; probablemente ni siquiera Krugman. Ha llegado esta crisis y muchos de quienes antes los ignoraron, cuando no menospreciaron, se encuentran como reyes que acabaran de descubrir que están desnudos. Su conocimiento se revela tan inútil para explicarnos ocurrido como lo fue para predecirlo y pasa a asimilarse más a la astrología o a la nigromancia que a las ciencias puras.
Si de esta crisis no se aprende nada; si en lugar de taparse las vergüenzas, derrumbar las torres de marfil y ponerse a tejer unas nuevas vestimentas esos economistas se dedican a parchear y remendar esperando que el mundo deje de ser como es para que acabe siendo como ellos quisiera que fuese seguiremos abocados, como disciplina, al desprestigio y nuestro conocimiento será tan útil a la sociedad como el de quien predice el futuro abriéndole las entrañas a una cabra: pura superstición.
Alberto Montero Soler (
http://amontero@uma.es/) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.
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